Quiero la existencia de una ventana, digo, ser una ventana.
Bueno, ustedes dirán: “¿Con qué necesidad? Tanta ventilación… tanto aire… Sí,
quiero la existencia de una ventana, ser hacia afuera y hacia adentro, que el
agua de lluvia me penetre de vez en cuando y aunque inunde los interiores, que
se haga notar, que diga: “aquí estoy yo,
renovándote”. También quiero ser ventana
para contemplar el afuera, ser diversa
en mi visión, ver pasar todo, observar
todo con detenimiento, llenarme de sabores, de colores, de perfumes.
Extrañar algunas escenas que ya no habrán de ocurrir frente a mí.
Quiero ser ventana y
que me cuelguen cortinas anaranjadas, y me distingan en la oscuridad.
Quiero que me abran y me cierren, para no ser siempre la misma, que el aire
pase por mí, y todo cambie. Que me crezcan hiedras a los costados y flores
púrpuras, sólo eso me bastaría para acordarme que existió alguna vez el amor. Milagro
de mutación, yo, que no creo en los milagros, quiero la existencia de una
ventana. No pido mucho, quien mire hacia adentro, que vea una habitación verde,
donde haya mesas blancas, y jarrones con margaritas. Quién mire hacia afuera,
que una tormenta rosada, de verano, le traiga vientos de olvido y barcos de
papel colgando de los árboles.
Quiero la existencia de una ventana, y que me abran justo cuando asome el arco iris, para distraerme un poco, y no desear otros milagros.