4 de agosto de 2012


LAS CHIMENEAS



Despertó agitado, soñó con chimeneas tapadas, no una sola, que ya sería bastante raro, sino con muchas chimeneas, tapadas y tapiadas, los hogares cerrados con maderas clavadas, cruzadas de lado a lado, vedadas. La imposibilidad de acercarse al calor, le produjo desasosiego. Con los párpados apretados, sabiendo en cierta forma que estaba soñando, hacía fuerzas por ver encenderse los fuegos, poder ir con una antorcha encendiendo cada una de las chimeneas, pero la luz, el calor, no aparecían, sólo los huecos negros, hollinados, hasta podía oler los ambientes, encierro, humedad, sopa vieja, ropa sucia.

Despertó con un gusto amargo en la boca, como a verduras hervidas y vueltas a hervir, afuera estaba lloviznando, escuchó el golpeteo de las gotas contra la persiana. Se sentó en la cama y se ubicó, rascándose el pecho, el vientre. Al refregarse los ojos le vino nuevamente la imagen de la chimenea tapada, las maderas. “Es temprano todavía, me tengo que afeitar” El hollín de las chimeneas lo siguió hasta el baño en forma de tristeza. El jabón y el dentífrico no fueron suficientes como para hacerlas desaparecer. Encaró el día un poco despeinado, la bufanda enrollada de cualquier manera, las manos en los bolsillos del abrigo, hablando solo, sacando cuentas, inventando excusas.

Tendría que ser claro. Era hoy, ya no podía esperar. Carolina tenía que saber que el amor se le había escapado por la ventana, fue tan frágil, que se desnudó a la intemperie y no resistió. Los plazos que se impuso, ya le pesaban. Se le mezclaban las fechas y solo lograba intensificar el malestar. “No te quiero, Carolina” “Me siento árbol, me distraigo en la copa, en los frutos, ya no te encuentro en la flor, no te quiero, Carolina”.

Ese día irían a ver la iglesia, a ultimar los detalles de la ceremonia. ¡La iglesia del orto!, tan gótica, tan horripilante! No te quiero Carolina, no te esfuerces, linda. Tu vestido seguro es primoroso, tus zapatos, el comentario de todas tus tías. Pero no te quiero.

Seguramente su padre y su madre también querrán ver el altar donde le juraría amor por siempre a su hija. Había un Cristo sangrante, rostro bañado en lágrimas, clavado en la cruz. Debajo, una madre María impotente ante la crueldad, la injusticia, cuando todavía Jesús no era el hijo de Dios, era sólo un muchacho lleno de luz, apedreado por una multitud ignorante. La madre de un muchacho cualquiera,¡ y tan fuerte el dolor! Mirá Carolina, no sé si no te quiero porque hemos cambiado nosotros, o por el altar de la iglesia que elegiste. Este es un día en el que metería la cabeza adentro de un jarrón, para ver qué pasa, que las horas pasen, que un zumbido invada mi cabeza y yo, patas arriba, viendo el fondo oscuro del jarrón, feliz, porque no me casé, no me casé.

Pero vamos esta tarde a ver la iglesia. Carolina sos de lo que no hay, insistente, avasalladora. Empujás la puerta vaivén de la iglesia y viene a mi nariz un olor a estofado, a kerosene, a lustra muebles, todo a la vez,¡jajaja, es mucho! Tal ves no espere a decírtelo después. Tal ves esta situación bizarra me aliente.

Caminamos hasta la sacristía, pasamos por los confesionarios. El olor a pecado se me cuelga del cuello, me abraza, me da un beso de lengua, y pone en tu cara una mueca libidinosa. Esto es demasiado, y eso que todavía no llegamos a San Roque, mordido por el perro, y a María Magdalena, arrastrada, a los pies de Cristo, y los apóstoles, lavándose todos las manos, todos.

No, no te quiero, Carolina. Mirame, sabelo mientras me mirás. Q no me haga falta pasar frente a la urna de las colectas para decirte: preciosa, no te amo, no quiero la noche en que van a encenderse todas estas luces opacas, desmayadas, y va a sonar ese clavicordio de mierda, con esa marcha nupcial y fatal.

Dale bonita, decime que vos tampoco querés, porque ya apagué todas las chimeneas.

El techo de esta bóveda me abruma, el olor a crisantemos marchitos. Ella camina en trance, va al encuentro del cura, mirándome de reojo dice mi nombre y agrega un: “chiquitito” “papuchito”, algo así, que termina en “mío”.

Está tan linda, viene a mi cabeza el sueño de esta mañana, comienzan a airearse las chimeneas, a limpiarse con el viento helado. Está tan linda, me va hablando de las sábanas color lavanda que compró la tarde anterior. El pelo le va oscilando en la espalda, sobre el abrigo magenta. Detrás de ella van quedando Santa Teresa del niño, San Cayetano, y me guiña un ojo Carolina, justo cuando pasamos delante de la urna de un cura muerto en la época de la peste. Miramos el nombre en una placa, era muy ridículo. Nos empezamos a reir a carcajadas. Nuestras risas resonaron en toda la iglesia, penetrando en todos los rincones. Se colgó de los candelabros. Las velas se agitaron, se fundieron, y fueron prendiéndose fuego de a poco las ropas de los mártires. Vino gente corriendo desde el interior, con recipientes con agua para apagar las llamas. Otra vez mi sueño de la noche: Las chimeneas comenzaron a funcionar. Carolina y yo salimos a la vereda, de la mano, tibios aún de risa, temblando, ya no pude soltarla, ya no.



Carina Brzozowski

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